El Capitan Louis de Bonneville nunca pudo imaginar hasta que punto sería conocido su nombre a lo largo del siglo XX, y no precisamente por los honores a él concedidos por su servicio a la patria a lo largo de más de cuarenta años en sus expediciones al lejano Oeste, en la guerra contra Méjico o en la guerra de Secesión. Además de ser inmortalizado por el autor americano Washinton Irving en su libro “Las Aventuras del Capitán Bonneville” en 1837 por la exploración de nuevos territorios en los USA , las extensiones saladas de UTA, cercanas a Salt Lake City, recibieron su nombre, a pesar de que él nunca estuvo allí.
Desde principios del siglo XX este inmenso lago seco como un desierto de sal, se convirtió en una importante zona minera en la que empresas como la Montello SALT Company, la Solvay Process Company o la Bonneville Limited mantuvieron su explotación durante muchos años.
De igual manera, por esa misma época, una superficie tan extensa y tan llana no paso desapercibida para la incipiente industria de la automoción. En primer lugar como punto estratégico para el trazado de la vía del Oeste, con la construcción de la “Victory Haighway” (la actual Ruta 80) que conectaba Salt Lake City en linea recta hacia el Oeste con Wendover, justo en la frontera con el estado de Nevada hacia San Francisco.
Esta ruta, que iba en paralelo con la vía férrea del Western Pacific Railroad, fue elegida ante la otra opción, la “Lincoln Haighway”, que unía Salt Lake City, cruzando el desierto de sal hacia el Sur Oeste, con la localidad de Ely, en el interior del estado de Nevada.
La preferencia de la nueva ruta estuvo avalada por la carrera realizada entre el tren y el Studebaker de Ab Jenckins, vecino de Salt Lake City (auténtico promotor de las pruebas deportivas en este desierto salado), que consiguió sacar una ventaja de cinco minutos al tren, en la distancia de 125 millas de la que seria la nueva y definitiva ruta en la que se ahorrarían 90 millas de recorrido.
De cualquier manera, ya en el año 1914, la publicación Motor Age Magazine consideraba al lago salado como una “mesa de billar” con un firme similar a una pista de cemento, por lo que ya apostaba por un futuro más interesante para las competiciones sobre pistas de sal, a las hasta entonces utilizadas pistas de arena de Daytona.
En poco tiempo, las pruebas de velocidad lanzada se hicieron famosas, siendo, como no, Ab Jenkins el pionero en cruzar a toda velocidad este desierto sobre una motocicleta Yale, rodando poco tiempo después a 80 millas por hora sobre una Excelsior.
Eso solo fue el comienzo de una larga historia en que pilotos de todos los rincones de USA se daban cita en Bonneville, ya en los años treinta, para realizar carreras de resistencia a circunferencias de 20 km y 16 km de longitud; en realidad se trataba de una infinita curva inapreciable en la que se realizaban carreras hasta de 24 horas.
Sin embargo, las pruebas de “aparatos” lanzados a máxima velocidad se convirtieron en la referencia de Bonneville, con el único reto de batirse cada piloto a sí mismo, construyendo las más increíbles máquinas, en las que se plasmaban los más delirantes sueños en los que se invertía con toda la pasión la vida entera.
Cada vez más y más rápidas, las motocicletas convertidas en verdaderos cohetes que, ya en los cincuenta, como si de alcanzar la Luna se tratase, batían todos los récords sobre NSU, Harley Davidson, Triumph o Indian con sus carenados “streamliner”.
Hay nombres imborrables, escritos sobre la sal del circuito: el legendario Don Vesco, Carl Rayborn, Bob Leppan o Johnny Allen que “voló” a 214,4 millas por hora en 1956 con un motor Triumph de 649 cc., batiendo el récord de la milla. Este nunca fue reconocido por la FIM, creandose una de las mayores polémicas respecto a un resultado a lo largo de toda la historia de los récords; pero de cualquier manera, las Triumph bicilindricas de doble carburador serían bautizadas con el nombre del lago salado, dando lugar a su más legendario modelo, la Triumph Bonneville… pero no es este el momento de hablar de Triumph.
Otro tipo de pilotos-mecánicos también se daban cita en este lugar, como Bert Munro que solo con ilusión y tozudez consiguió, junto a su vieja Indian Scout de 1920 (su moto de toda la vida), atravesar el mundo desde su natal Nueva Zelanda, para luchar contra sí mismo en la soledad del corredor de fondo; quizá sea un tópico, pero él no contó con ayuda de las marcas, ni era un hombre rico con un caro capricho, sino el último romántico que dedicó su vida a un sueño, a una motocicleta hecha “a su imagen y semejanza”, partiendo de una Indian Scout del 20… y alcanzando las 183,586 millas por hora en el Speed Week de 1967.
Quizá el espíritu del Capitan Bonneville, su afán aventurero, se haya adueñado (¿conscientemente?) del lugar que en vida nunca conoció y de todos los que allí con sus sueños se dan cita. O, quizá también, sea el espíritu de Bert Munro el que se impregne en todos los soñadores que pasan por la vida con la intensidad con la que se pasa por la señal del cuarto de milla.