La Puch Minicross es una de esas motos de leyenda que nos transporta a los primeros pasos sobre dos ruedas de muchos de nosotros. Si te iniciaste en el mundo de la moto en los años 70 u 80 seguro que probaste alguna. La primera Puch Minicross es de 1972 y tuvo varias remocdelaciones, siempre con un motor de dos tiempos refrigerado por aire, de 2 cv de potencia a 5.500 vueltas, caja de cambios de cuatro velocidades y frenos de tambor en las dos ruedas.

La Minicross Super derivaba de la Minicross Especial a la que cariñosamente la denominábamos la «casca huevos», por la altura de su depósito de combustible en relación con el asiento. Hoy esta denominación estaría considerada fuera de lugar, pero los chavales de aquella época (pocas chavalas se iniciaban en el mundo de la moto, desgraciadamente) nos las gastábamos así.

Motor de la Puch Minicross Super

Motor de la Puch Minicross Super de 2 cv y cuatro velocidades

La Puch Minicross Super era una clara evolución de la Especial. Ya con un depósito del combustible normalizado con el asiento y una estética algo más moderna. Todavía conservaba las aletas de chapa, que solíamos cambiar por unos Puig de plástico, más modernos y duraderos para la dura vida a la que sometíamos a este infatigable scooter por pueblos y caminos.

El tubo de escape era elevado, como buena moto de off road, y con una rejilla que evitaba que nos quemásemos más de la cuenta cuando alcanzaba cierta temperatura. El escape tipo bufanda llegaría con la Minicross TT, que sustituyó a la Super ya en los 80. El sonido del embrague cuando estaba pulsado hacía un peculiar sonido y era especialmente duro a la hora de pellizcarlo suavemente cuando teníamos que hacer que el pequeño motor diera una estiradilla de más para superar una cuesta.

Faro delantero de la Puch Minicross Super

Faro delantero de la Puch Minicross Super

La finísima horquilla delantera era uno de sus puntos más débiles. Los retenes del hidráulico fallecían a poco de hacer alguna excursión campestre, y si teníamos la mala suerte de tener una caída o un golpe las barras solían doblarse con mucha facilidad. Los amortiguadores traseros también terminaban cascando y perdiendo su fluído.

Lo mejor de la Puch Minicross Super era, sin duda, su sencilla mecánica que nos permitía a los chavales adentrarnos en el mucho de desmontar y montar su motor para contemplar de primera mano qué maravillas había ahí dentro, que nos llevaban de un lugar a otro y nos daban una sensación de libertad que nos enganchó irremediablemente al mundo de las motos. Los más osados cambiábamos el carburador por un Amal de 15 mm. y poníamos un tubarro, con lo que la Minicross ganaba algo de potencia. Otros jugábamos con los desarrollos para intentar esta Puch alcanzase algo más de velocidad; claro siempre que no nos pillase una subida pronunciada.

El manillar ancho y con barra central, los puños de plástico duros como piedras o el faro delantero con una rejilla para no romper el cristal, eran otro de los elementos estéticos que hacían de la Minicross una moto única.

Faro Trasero de la Puch Minicross Super

Faro Trasero de la Puch Minicross Super

Pero sin duda lo qué más nos irritaba a todos aquellos que tuvimos una Puch Minicross Super eran sus pedales. Esas larga conversaciones de verano en algún pueblo de España, en las que se discutía sobre la idiotez que significaba tener que llevar unos pedales y una cadena de bicicleta que eran incapaces de mover la moto… Y los piques de haber quién podía hacer más distancia sobre la Puch dándole a los pedales. Al final optábamos por quitárselos y rezábamos porque en una de las redadas de la Guardia Civil en los pueblos, el agente no se fijase en este detalle que nos hubiera supuesto una multa o un buen disgusto.

El paso lógico de la Minicross era pasar a la Puch Cobra, el modelo de 75 que era mucho más potente y el objeto de deseo de los más pequeños. La Puch Cobra y la Minicross compartían gran parte de sus líneas estéticas, a pesar de que la Cobra tenía el escape por debajo hasta la llegada de la Cobra TT.